4 Cuando el rey oyó lo que el hombre de Dios decía contra el altar de
Betel, extendió su mano desde encima del altar diciendo: «Prendedle.»
Pero la mano que extendió contra él se secó y no pudo volverla hacia sí.
5 El altar se rompió y se esparció la ceniza del altar según la señal que
había dado el hombre de Dios por orden de Yahveh.
6 Respondió el rey al hombre de Dios: «Aplaca, por favor el rostro de
Yahveh tu Dios, para que mi mano pueda volver a mí.» Aplacó el hombre
de Dios el rostro de Yahveh, volvió la mano al rey y quedo como antes.
7 Dijo el rey al hombre de Dios: «Entra en casa conmigo para
confortarte y te haré un regalo.»
8 Dijo el hombre de Dios al rey: «Aunque me dieras la mitad de tu
casa no entraré contigo y no comeré ni beberé agua en este lugar,
9 porque así me lo ha ordenado la palabra de Yahveh: No comerás pan
ni beberás agua ni volverás por el camino por el que has ido.»
10 Y se fue por otro camino, no volvió por el camino por donde había
venido a Betel.
11 Vivía en Betel un anciano profeta. Vinieron sus hijos y le contaron
cuanto había hecho aquel día el hombre de Dios en Betel, contaron a
su
padre las palabras que dijo el rey.
12 Su padre les dijo: «¿Por qué camino se ha ido?» Sus hijos le
mostraron el camino por el que se fue el hombre de Dios que vino de Judá.
13 Dijo a sus hijos: «Aparejadme el asno.» Y aparejaron el asno y se
montó sobre él.
14 Fue en seguimiento del hombre de Dios y le encontró sentado bajo
el terebinto y le dijo: «¿Eres tú el hombre de Dios que ha venido de Judá?»
El respondió: «Yo soy.»